
GUADALAJARA, 14 de diciembre. La Galería de Arte de Sigüenza se prepara para abrir sus puertas a una fascinante exposición que rinde homenaje al legado de Máximo Robisco, un artista guadalajareño que dejó huella con su obra pictórica en papel. Esta exhibición, que comenzará el sábado 14 de diciembre y se extenderá hasta el 12 de enero, promete ser una experiencia enriquecedora para todos los amantes del arte.
Es la primera vez que se presenta una parte significativa de la obra de quien fue conocido como el “pintor pastor”. Nacido en la diminuta localidad de Luzón, Robisco encontró su hogar e inspiración en la ciudad de Sigüenza, donde residió durante gran parte de su vida. Aunque trabajó como carnicero, su verdadero talento artístico brillaba intensamente, a pesar de que su vida estuvo marcada por una elección deliberada de permanecer en el anonimato. Esta exposición, impulsada por su familia, no solo celebra su arte, sino que busca redescubrir a un creador que vivió en la sombra.
Máximo Robisco, aunque nunca formó parte del reconocido grupo de artistas “El Paso”, se sintió profundamente influenciado por sus postulados. Para él, la pintura y la literatura representaban su refugio diario, un escape de la realidad que lo rodeaba. Su carácter solitario le permitió explorar su creatividad, y tras su muerte, ha sido su descendencia la que ha logrado sacarlo del olvido. Su sobrino, el escritor Julio Robisco, lo describió como un bohemio autodidacta y rebelde que mantuvo siempre una conexión especial con los artistas de su época y que llevó a cabo su primera exposición individual en Madrid en 1959.
El “pintor pastor”, como era conocido en sus inicios, equilibraba su trabajo cotidiano con su pasión por el arte, participando en tertulias y asistiendo a exposiciones de maestros que admiraba. “Podía sentirse rodeado de la soledad de su alma mientras exploraba las corrientes vanguardistas”, un lujo que nunca convirtió en una necesidad comercial.
De acuerdo con su sobrino, Máximo Robisco vivía casi como un 'eremita', distante del bullicio del mundo. No obstante, era capaz de dejarlo atrás cuando se trataba de respirar la geometría de Picasso en París o de cruzar el continente para admirar a Kandinsky en San Petersburgo. Su experiencia se enriquecía cada vez que mantenía conversaciones con grandes figuras como Miró, lo que le permitió nutrir su propia visión artística.
A medida que su carrera evolucionó, lo que inicialmente se conocía como el “pintor pastor” se transformó en el “pintor de las mil caras” al final de su vida. Con más de mil retratos que reflejan la diversidad del rostro humano, Robisco contrasta su universo personal con el cubismo de Picasso, las dislocaciones de Duchamp y las distorsiones de Bacon. Esto lo destacó Julio Robisco en una reciente inauguración de una exposición póstuma.
“Máximo fue una llama encendida en el arrabal de Sigüenza, un hombre cuya única estafa fue la de hacerse a sí mismo. Su pasión fue la búsqueda de la belleza a través del arte”, reflexiona Julio Robisco, quien concluye afirmando que para quienes compartieron su vida, Máximo representó aquello que deseaba ser: el pintor pastor que narró su historia a través de cada cuadro, como páginas que pasan en la novela de la existencia.
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